Varias personas disfrazadas en ocasión de Halloween y una deambulante descansan en un banco de la Parada 18 de Santurce, frente al Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico. FOTO DE HERMINIO RODRÍGUEZ.

Escriben: Bruno Soreno y Juan Carlos Quiñones

Especial para Estruendomudo

A Marta Aponte, a Pedro Cabiya

Esto no es lo que parece. Así le habló mi tía al señor que salió en pantalones cortos, chancletas y descamisado de la casa que hace esquina en la calle Texidor. Mi tía estaba encaramada en el tronco de una palma Rabo de Zorra-Foxtail (Wodyetia bifurcata) que estaba sembrada frente a la casa del señor, que era barbudo. Por favor, déjeme explicarle, le rogó mi tía al señor. Los pies descalzos de mi tía se aferraban al tronco de la palma aproximadamente a 3 pies del suelo. El señor no sabía si mi tía se estaba trepando a la palma o se estaba apeando de la palma. Las alpargatas rosa salmón de mi tía reposaban en la grama al pie de la palma, una volteada sobre la otra. El señor le estaba apuntando a mi tía con una escopeta.

Yo no sabía si aquello se estaba subiendo a la palma o se estaba bajando de la palma. Esta confusión contaba el señor que vivía en la casa que hace esquina en la calle Texidor, días y hasta meses después de haber ocurrido el incidente. Yo estaba en la sala, semi-dormido en la butaca, decía. Entonces escuché ruido afuera, como un remeneo de pencas al frente de la casa, por donde estaba la palma. Me despabilé, me puse las tenis así sin medias, busqué el arma al fondo del closet en el cuarto y salí para afuera sigiloso. Salí así mismo, en cortos y sin camisa. Pensé que podía ser un pillo, aclaró. Y entonces fue que vi aquel bulto encaramado en la palma. Había luna llena, pero aun así no se podía ver muy bien. Creo que a la luna la tapaban unas nubes, que sé yo. Como en las películas de miedo. Apunté con la pistola y grité ¡Hey! ¿Quién anda ahí? Yo juro que no creo en fantasmas ni en chupacabras ni en espíritus de difuntos ni en marcianos ni en nada de esas cosas. Pero ahí, confesó el señor, yo no sabía si aquello era gente.

Tenía que haber luna llena. Esto recordaba una adivina que vivía en el caserío Luis Llorens Torres haberle dicho a mi tía el día que esta la fue a visitar pidiéndole ayuda para recuperar a su marido que se había largado de la casa tras una garata. A aquella anciana hechicera la apodaban “La Nigromanta”, y era famosa por sus talentos de ultramundo en el caserío y aún más allá, por otros lugares. Sí. Luna llena, me repetía la bruja que le repetía a mi tía como parte de las instrucciones minuciosas para realizar el ensalmo que, de tener éxito, le devolvería a mi tía el esposo que se le había huido. Todo esto me lo contaba esa vieja mientras resoplaba humo de tabaco por las narices y escupía ron por la boca alternadamente. Estas exhalaciones se debían a que la vieja estaba practicando otro procedimiento de brujería mientras me narraba esta historia. El Rescatamaridos, me dijo que se llamaba el sortilegio que le había recomendado a mi tía por cinco pesos. Que ella no hacía aquello por dinero, sino por ayudar a la humanidad con su don. Y que la mano tenía que estar bien pero que bien podrida, añadía. Que mi tía tenía que treparse en una palma y meterla bien para adentro en el centro de la corona. Bien podrida, reiteraba la La Nigromanta mientras asentía con la cabeza, los ojos bien apretados para enfatizar. Porque la hediondez espiritual cautiva y atrapa a los entes malos y enjundiosos que llevan a los maridos al extravío igualito que la peste pertinente al olfato atrae a las moscas materiales.

Mire, es que mi marido me abandonó. Este fue el principio de la explicación que le dio mi tía al señor lampiño que salió sin camisa, en pantalones cortos y chancletas de la casa que hace esquina en la calle Golondrina luego de que ella se hubo desmontado de la palma Catechu (Areca Catechu) que estaba plantada frente a la casa del señor. Como este le estaba apuntando a mi tía con una ametralladora AK-47 ella levantó las manos y, con las palmas hacia el frente y los pies calzados con sus alpargatas color turquesa lamé plantados al pie de la palma, continuó contándole al señor su triste historia. Me abandonó por una pelea boba que tuvimos ahí. Y como no lo iba a dejar perder así como así, 25 años de casados cumplidos el pasado abril, usted entiende, yo me fui para el caserío de Lopez Sicardó a buscar a una doña a la que mentaban La Bruja del setenta y uno porque vivía en el apartamento número setenta y uno del caserío y que tenía fama de eficaz en embrollos de amor o de maridos. Cuando la encontré le pedí que me diera la receta de un fufú para recuperar a mi hombre. Entonces ella me dio las instrucciones para el conjuro de la mano de guineo podrida, le explicó mi tía al señor. Y es por eso que yo estaba trepada en esta palma, introduciendo la mano de guineos podrida en el cogollo, finalizó mi tía posando la palma de su mano en el tronco de la palma. El Vuelvemacho, me dijo la Bruja que era el nombre del hechizo. ¿Usted comprende?

Entonces el señor con el bigote claramente todo lo comprendió. Esto me manifestó mi tía, suspirando como seguramente suspiró de alivio aquella noche. Que ahí el señor bajó la Glock 9 milímetros con la que le había estado apuntando y le dijo que le diera gracias al Altísimo por su suerte y que maldijera a la gitana diabólica aquella, ya que en un par de segundos más él hubiera halado el gatillo de su arma y de seguro la habría matado. Y que se largara de allí antes de que él se arrepintiera y le pegara el tiro que antes no le había pegado. Y vieja loca, agregó mi tía que le gritó el señor. Pero que aquello del Regresapacá con la mano podrida había sido remedio santo, ya que su marido se reconcilió con ella al día siguiente de ocurridos aquellos hechos y regresó a la casa. ¿Ves Juan Carlos?, finalizó regañándome mi tía, y tú que no crees ni quieres creer ni en la luz eléctrica.

Esto no es lo que parece. Así le hablé al señor que salió en pantalones cortos, chancletas y descamisado de la casa que hace esquina en la calle Texidor. Practicando el procedimiento, yo me había apoderado de las riendas del alma de la tía de uno al que algunos llaman Bruno Soreno en este plano. Yo hablaba por la boca de ella. Ella estaba subida en el tallo de una planta que estaba sembrada al frente de la casa del señor. Ella descendía por aquella liana gruesa, tras haber depositado la ofrenda obligatoria en la copa de aquél árbol, pero esto el señor no lo sabía. Ella había hecho esto y todo lo demás siguiendo las instrucciones que yo le había dictado por boca de otra a la que llamaban La Nigromanta en esta ubicación, cuya alma yo había usurpado mediante el empleo del procedimiento. Por favor, déjeme explicarle, le dije al señor por la boca de la tía de aquel al que nombraban Bruno. Yo ejercí el procedimiento para apropiarme del alma de la tía de aquel al que le decían Bruno porque el señor le estaba apuntando con un instrumento de aniquilación. Sabido es por los como yo que si el cuerpo sometido sucumbe, su alma escapa y se lleva al que la posea al nunca para siempre. Esto era inaceptable. Sabido es además por los como yo que la ejecución del procedimiento distorsiona la percepción de la realidad en el teatro de operaciones. Y esse est percipi, dijo otro de los como yo en un tiempo distinto por boca de uno al que llamaban “El Obispo” en este territorio. Los propósitos últimos de estas intervenciones anímicas seguirán ignotos por el momento. Por el momento, sólo se sabrán imprescindibles. Mi nombre verdadero es Xioborrrrrrr, y vengo de otro lugar.

Varias personas disfrazadas en ocasión de Halloween y una deambulante descansan en un banco de la Parada 18 de Santurce, frente al Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico. FOTO DE HERMINIO RODRÍGUEZ.
Una mujer deambulante (al centro) descansa alrededor de varias personas disfrazadas durante la celebración de Halloween del año 2009 en la Parada 18 de Santurce, frente al Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico. FOTO DE HERMINIO RODRÍGUEZ.

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